El 10 de noviembre de 2017 recibimos el informe de evaluación neuropsicológica de Juan, para esa fecha Juan tenía ocho años y siete meses, el informe decía: “Diagnóstico DSM V – F84.0 Trastorno del espectro autista. Nivel 1 – Síntomas Leves (Asperger; autismo de alto funcionamiento)”; es complejo describir lo que de manera personal sentí en ese momento, una cantidad de recuerdos empezaron a pasar a mil millas por segundo por mi cabeza, los momentos de varias profesionales en psicología, fonoaudiología y pediatría deduciendo que el comportamiento de Juan era culpa mía, que mis prácticas de crianza eran inadecuadas, que lo había malcriado por mimarlo tanto, también paso el recuerdo de aquel día del traumático examen de ingreso al colegio, las docentes que me hablaban casi a diario de él, el doloroso acoso escolar al que estuvo expuesto, y entonces, sentí frustración por no haber sabido antes, sentí culpa y tristeza, quería pedirle perdón a mi hijo por todo lo que había tenido que vivir y a todo lo que lo habíamos sometido por el desconocimiento, pero también sentía felicidad, sí, porque por fin podía entender al menos mínimamente lo que estaba pasando al interior de ese ser humano que es mi hijo, y adicional, que esa voz interna que siempre me decía que había algo más, tenía la razón, las mamás sabemos siempre cuando pasa algo más con nuestros hijos.

Entre tantas emociones juntas, no recuerdo en ese instante sentir miedo o pena por él, creo que lo peor ya había pasado durante ocho años atrás, o tal vez vendría después, en ese momento no sabía, pero no me preocupo lo difícil que pudiera ser el futuro, o las etiquetas que pone la sociedad, lo único que sentía era agradecimiento y satisfacción porque ahora podríamos brindarle a nuestro hijo la ayuda y orientación que él realmente necesitaba, pensé, – tenemos mucho trabajo por hacer y debemos empezar de inmediato -, ya habíamos perdido tiempo valioso, a partir de ese momento toda la vida, la historia y las decisiones de nuestra familia se transformaron.

Empezaré entonces a contarles como logramos obtener el diagnóstico y porque lo supimos apenas hace seis años, Juan fue producto de un embarazo que cumplió con el tiempo, de hecho fueron cuarenta y una semanas, no se presentaron complicaciones durante la gestación o el parto, nació por parto “natural” como lo llaman coloquialmente, durante los primeros dos años de vida su desarrollo se percibía como “normal” según las guías infantiles, Juan comía todo lo que le ofreciamos, frutas, vegetales, granos, carnes, amaba la leche y el queso, Juan gateaba, a los nueve meses aprendió a bajarse solo de la cama, lo recuerdo con claridad porque lo celebramos mucho con papá, y en su fiesta de primer año ya daba pasitos, cuando empezamos el proceso de control de esfínteres (avisar para ir al baño), la cosa se puso difícil, Juan con dos años y medio aproximadamente aún no controlaba sus esfínteres, muchas personas me decían que ya estaba grande para usar pañal, y yo me sentía mamá frustrada porque entonces no estaba haciendo las cosas bien, sin embargo, hubo una persona que me regalo unas palabras que han sido mi mantra en este proceso de crianza, ella es Johanna Ibañez, una de mis mejores amigas en la vida, ella desde su profesión de psicóloga, pero también como experimentada madre me dijo una tarde mientras almorzábamos, “nena, que la gente diga lo que quiera, te aseguro que cuando vaya a la universidad o se case no usará pañales”, cada ser humano avanza a su tiempo, y entonces deje de sentirme presionada por lo que me decían que debía hacer mi hijo.

Juan era un niño tranquilo, no ponía molestia por casi nada, disfrutaba mucho estar junto a mamá y papá todo el tiempo, a sus dos años mientras yo cocinaba él se ponía a organizar por tamaño y forma ollas, recipientes y cajas de la alacena, pintaba todas las paredes del apartamento con témpera, y cantaba a media lengua las canciones infantiles, sonreía para las fotos y sostenía la mirada; Juan vio su primera película en cine por primera vez por este tiempo, CARS, amaba a McQueen, la disfruto, por supuesto no se quedó sentado las dos horas en la silla y eso como padres lo sabíamos, compramos las primeras sillas frente a la pantalla así él podría disfrutar de su película en su posición favorita (acostado en el piso) y salir con papá de la sala las veces que quisiera sin incomodar mucho a las demás personas.

En fin, todo parecía ir bien, hasta que Juan empezó a dejar de comer ciertos alimentos en específico, los ácidos o con una textura especial como los frijoles o las fresas, ya no le gustaba tampoco el mango que era de sus favoritos, tampoco le gustaba que le pusiera ciertas prendas de vestir que antes usaba sin problema, ahora él lloraba cuando usaba sudaderas con malla o ciertos sacos, y cuando veía sus programas preferidos su reacción ya no era igual, se frustraba demasiado, incluso algunas veces le tiraba objetos al televisor cuando aparecía el villano en escena, ahora ya era difícil capturar su mirada para las fotos o que te mirara fijamente, en relación con los sonidos, Juan desarrollo un temor a los sonidos se dan dentro de la iglesia, inicialmente se tapaba los oídos y se escondía bajo las sillas, pero luego ya no toleraba siquiera ingresar, y lo mismo paso con el cine, recuerdo que fuimos a ver la película de Monsters Inc. University, era de los animados que mas le gustaban por aquel tiempo, pero apenas empezó la proyección salió corriendo aterrorizado, se tapaba los oídos, lloraba y se resistía a entrar nuevamente a la sala, así que no lo forzamos, dejamos de asistir a cine por un buen tiempo, las cosas ya no eran como antes, adicional, se tornó muy individualista en sus juegos y sus espacios, muchas cosas le irritaban demasiado, lloraba frecuentemente, no se mantenía mucho tiempo en un lugar y menos si era algo que no le generaba un mínimo interés, si había mucha gente o se sentía incómodo, frente a todos estos cambios hice lo que el corazón me decía, enseñar con amor y tener paciencia.

Todo esto siempre lo relaté en los controles de crecimiento y desarrollo de Juan, pero no era nada fuera de lo habitual, esto entraba dentro de los procesos de crianza de acuerdo a lo que indicaban los profesionales del programa “carrusel” que manejaba la EPS, durante los primeros cinco años de vida Juan aparecía en la historia clínica como un niño con baja tolerancia a la frustración y poco control de emociones e impulsos, además, fue evaluado por el ortopedista, debido a que desarrollo una particular forma de caminar, nunca encontraron anomalía en sus huesos, así que sería algo que se corregiría con el tiempo, señalaron los profesionales, en casa preocupados por la situación, implementamos algunos ejercicios y prácticas caseras que lo ayudaran a corregir la postura de sus pies y su marcha.

También estuvo en terapia con una fonoaudióloga, puesto que presentaba dificultad para articular algunos sonidos y la pronunciación de ciertas palabras, pero, siendo franca, de las cinco sesiones que le fueron autorizadas inicialmente no recuerdo haber asistido a más tres sesiones con esta profesional, no la culpo, no logro conectar con Juan, no logro capturar su interés durante las sesiones, siempre me sentí incómoda porque quería respetar su lugar como profesional y no interferir, pero siempre terminaba interviniendo porque Juan se salía de control y la sesión no terminaba muy bien, se daba como un corte abrupto, ella explicándome como podía ayudarlo en casa, Juan alterado e irritado y yo saliendo a toda marcha para distraer la situación, finalmente, antes de cumplir con las cinco sesiones la profesional determino que Juan no necesitaba más terapia y que esto se corregiría con el tiempo, otra vez, el tiempo sería quien ayudaría a Juan, lo que si dejo claro la profesional en su informe, es que Juan necesitaba terapia ocupacional debido a su comportamiento y que la madre necesitaba orientación en prácticas de crianza, y seguramente sí, era mamá primeriza, hacia lo que me dictaba mi corazón, contaba con los elementos que me brindaba mi profesión como trabajadora social y el ejemplo de las madres de mi familia, porque personalmente no contaba con la experiencia.

De estas sesiones me quedo el recuerdo de las miradas de la profesional y de los que se encontraban en el centro de salud cada vez que salía del consultorio, esas miradas de juzgamiento, en esas miradas podía leer que para todos ellos Juan era un niño “malcriado” y que era mi entera culpa, incluso escuche algunos susurros de palabras que no deberían, pero quedan albergadas en tu cabeza: “que se puede esperar, una niña criando a un niño”; hoy después de todo lo que ha pasado me gustaría que esa profesional supiera que aquel niño que atendió tiene un diagnóstico de autismo y que su enfoque en la terapia debió ser diferente, pero bueno, le agradezco porque lo que ella intentó implementar en las sesiones y las tareas que nos dejó para la casa, las pusimos en práctica, y si, con el tiempo y nuestro amor Juan lo supero.

La cita con terapeuta ocupacional nunca ocurrió, se vencían las autorizaciones y nunca había agenda, y así transcurrió el tiempo, lo positivo es que Juan creció en el jardín de la abuela Yolanda, así todo era más fácil para él y para nosotros, Juan jugaba de local, en un espacio conocido desde siempre, con su familia, con sus juguetes, así que todo se mantenía igual para él día tras día. Cuando llego la época escolar y Juan tuvo que salir de su monotonía, empezó el tiempo más difícil para la familia, pero más para él, Juan fue quien lo vivió en propia piel, solo, en un entorno desconocido para él, con personas ajenas a él, nosotros solo hablamos desde el desconocimiento, desde el dolor de padres que nos generó imaginar lo que él vivió.

Juan fue rechazado del colegio donde queríamos ingresarlo inicialmente, según recomendaciones era uno de los mejores de la zona, para el colegio, Juan era un niño sin normas y no tenía el nivel para ingresar a un preescolar, Juan se resistía a mantenerse sentado y quería preguntar por todo lo que veía en ese nuevo lugar (la oficina de la rectora de la institución), en los pocos momentos que estuvo sentado respondía hasta donde su interés le permitía y nuevamente se movía, en fin, no aprobamos, decidimos que Juan iniciaría su etapa escolar en una institución más pequeña, con pocos estudiantes, colegio que le permitió el ingreso, pues no había examen para ello. En una ocasión, la docente de Juan me pregunto si al niño le habían realizado algún tipo de pruebas neurológicas o de coeficiente, esto debido a que aunque Juan se movía todo el tiempo, explorando, jugando por el salón, y aunque pareciera no poner atención, el niño escuchaba todo lo que ella decía y en el momento de evaluar el aprendizaje adquirido él tenía la información en su cabeza y la relataba sin problema, además, me decía que Juan usaba palabras que eran avanzadas para su edad, pero atribuíamos esto a que desde que era muy bebé siempre le leía libros antes de dormir, así que mi respuesta siempre fue no, no lograba que a Juan le hicieran las pruebas, lo hable muchas veces con mis compañeras de trabajo, psicólogas todas ellas y me orientaban, pero no conseguía que me ordenaran las dichosas pruebas, revisamos por particular y eran realmente costosas, no podíamos acceder a ellas en ese momento de nuestra historia familiar, además estábamos cruzando por una crisis económica que lo hacía impensable.

Pese a ello, fue un año de mucho avance para Juan, le agradezco tanto a aquella docente amorosa que ayudo a Juan en su adaptación a la etapa escolar, la atención y concentración de Juan para desarrollar sus actividades mejoro significativamente, así que Juan ya cumplía con el nivel para ingresar a aquel primer colegio, esta vez Juan fue aceptado, pero debió repetir el grado que había hecho el año anterior porque el nivel de este colegio era más alto, y ahora me da vergüenza decirlo, porque aceptamos, los padres siempre quieren que sus hijos reciban la mejor educación, y como ya lo dije, ese parecía ser el mejor colegio de la zona, en lo único que hallo razón en la madre que fui en ese momento es que nunca me ha importado la edad Vs. el grado académico, o si tiene que repetir, lo importante es el aprendizaje y que haga bien su proceso; en el nuevo colegio las cosas fueron un poco más complejas, Juan académicamente avanzaba, no tenía problemas de aprendizaje, sin embargo, su proceso de socialización no era muy favorable, y a veces presentaba “crisis”, sobre todo porque a Juan no se le daba mucho lo de escribir, siempre se quejaba de que le dolía la mano, se atrasaba y se frustraba, y yo lo compadecía, pero los demás me decían que no, que eso era “mano perezosa”, que era pataleta y que tenía que exigirle, entonces, nuevamente me encontraba allí, esta vez con la orientadora del colegio preguntándome si Juan había recibido algún tipo de evaluación o terapia, le dije que no, ella redactó un informe para que lo entregara al médico de familia a ver si con ello lográbamos terapia ocupacional para Juan, pero por lo pronto en esta ciudad no fue.

En el 2016 nos mudamos de ciudad, un cambio fuerte, Juan ingreso a colegio público porque no logramos llegar en los tiempos para acceder a un colegio privado, sumado a que el movernos de ciudad implico costes económicos que nos impidieron darnos el lujo de tenerlos en el colegio que deseábamos, al menos no durante el primer año; en este nuevo colegio paso lo que ya esperaba, fui citada a reunión por la docente de Juan, pero esta reunión fue diferente, no recibí quejas por el comportamiento de Juan, aunque si menciono que Juan se quejaba de dolor en la mano cuando ya llevaba rato escribiendo y se atrasaba frecuentemente, no le dio mucha importancia a ello, por el contrario, ella quería saber si Juan contaba con alguna prueba de coeficiente intelectual, Juan tenía siete años, estaba en segundo de primaria y a ella le sorprendió que Juan tuviera conocimientos de semántica y ortografía como los que mostraba, en sus palabras me dijo algo como: o Juan tiene una potencialidad o tiene una inteligencia que solo la da la lectura, era la primera vez que escuchaba eso, me mostró unos cuadernos, entre ellos el de Juan, me contó que durante la semana había realizado varios dictados y qué contrario a los demás niños que escribían todo de corrido, Juan separaba cada palabra, usaba tildes, comas y su ortografía era muy buena, pero una vez más atribuimos esto a la lectura y la curiosidad de Juan por las palabras, recientemente había generado una afición por saber que significaba cada palabra que veía. Ella también me escribió una carta para llevarla al médico tratante.

Con esta carta, sumado a todo lo que le conté al nuevo médico tratante de Juan, recibimos remisión para psicología, asistimos a dos sesiones, en ellas, la psicóloga reviso toda la historia familiar y personal de Juan, salí muy afectada de estas sesiones, sentía que en realidad todo era culpa de nosotros como padres, pero sobre todo mía, porque yo era una mamá ausente, siempre había trabajado mucho, lo había dejado sin la compañía de mamá la mayor parte del tiempo y cuando estaba con él lo único que hacía era mimarlo, sin embargo, entre mis reflexiones pensaba, y ¿por qué con Mafe (mi otra hija), no pasa lo mismo?, ¿será que la experiencia con Juan ha hecho que algo sea diferente en la crianza con ella?, ¿será cierto eso de que uno “experimenta con el primer hijo”?, entonces me respondía: pero si todo lo he hecho casi igual, y el tiempo que dedico a él es el mismo para ella; para resumir, el diagnóstico de Juan fue el mismo, baja tolerancia a la frustración y poco control de emociones e impulsos, decidí que debía apersonarme aún más, pero otra vez el proceso se frenó, la psicóloga dio remisión para terapia ocupacional, y para pesar de nosotros era un servicio tercerizado que brindaba una pequeña IPS de servicios de salud mental en ese municipio, al poco tiempo cerro y no logramos acceder a este servicio, la EPS siempre nos dijo que pronto nos ofrecerían información, nunca llego.

Entre tanto, Juan seguía en el colegio, su rendimiento académico era positivo, pero Juan cada vez tenía más problemas de socialización, ya no le gustaba ir al colegio, no lograba hacer amigos, el acoso escolar empezaba a hacer de las suyas, y mi postura siempre fue, no responder con violencia, siempre les dije que no sabemos que esté viviendo el otro niño o niña para que los lleve a actuar así, que no se tomaran las cosas personales, pero esto no ayudo, Juan empezó a vivir una situación de acoso que lo llevo a decirme un día que no valía la pena vivir si todo el mundo era tan malo, un niño de ocho años, mi hijo, a quien yo debía garantizar bienestar y protección, diciéndome eso, me quebré, ya no sabíamos qué hacer, y por la tranquilidad de Juan decidimos que lo retiraríamos del colegio, por fortuna ya estábamos en octubre, como mencione Juan iba muy bien académicamente, y sinceramente, creo que el colegio por evitar la situación permitió que Juan cerrara en este tiempo su año escolar sin afectaciones.

Todo el tiempo pensaba en lo que estaba pasando con mi hijo, tenía que encontrar una salida, esto no podía seguir pasando, ¿qué era lo que pasaba con él?, ¿tanto mal le había causado a mi hijo para que estuviera viviendo todo esto?, y otra vez venía la voz en mi cabeza diciéndome que había algo más, lo cierto era que ahora, aún más que nunca mi hijo necesitaba terapia, en realidad la necesitaba porque ya no solo era un enfoque ocupacional, estaba herido, necesitaba sanar. Un día me solté con mi compañera de trabajo, Ana Rivera, psicóloga, le describí como era Juan y todo lo que nos venía pasando, ella me sembró una duda, me pregunto si alguna vez habíamos reflexionado que Juan pudiera tener autismo, me regalo información y por esos días revise otros artículos más al respecto, y resulto que encontré similitudes en muchas cosas durante el desarrollo de Juan, sin embargo, al mismo tiempo pensaba que no podía ser, el niño había estado en el ojo de muchos profesionales y especialistas, a ninguno se le habría pasado algo así, lo dialogue con el médico, pero me dijo que si la psicóloga que lo había tratado no lo había ordenado era porque no lo consideraba pertinente, con esto, cerro la posibilidad de un proceso por EPS. Lo dialogué con mi esposo, mal contada, fue una semana en la que nos evaluamos muchas cosas, revisamos otras y finalmente decidimos hacerlo por particular.

Neurovid es el nombre de la institución que nos ayudó, un equipo de profesionales de diferentes áreas (neuropsicología, fonoaudiología y terapia sensorial) realizo la evaluación de Juan, como familia estuvimos involucrados en el proceso y la institución educativa donde Juan recién terminaba nos aportó la información que las profesionales necesitaban desde el entorno escolar, junto con la evaluación recibimos recomendaciones para el abordaje tanto en el ámbito familiar como en el escolar, hubo unas palabras de la neuropsicóloga que fueron como bálsamo en una herida, alentaron nuestros corazones y nos llenaron de fuerza, ella dijo que aunque Juan tenía autismo era un niño muy flexible y asequible, que eso lo habíamos logrado nosotros con nuestro amor, por primera vez en la vida de Juan sentí que habíamos hecho algo bien como padres, gracias otra vez por esas palabras.

Posterior a la evaluación vino la cita de control de crecimiento y desarrollo por la EPS, le informé a la médico de familia quien me pregunto por qué no se había hecho antes y lo único que pude decirle es que yo también me estaba preguntando lo mismo, me dijo también que el diagnóstico debía quedar contenido en la historia clínica de la EPS, generó remisión para neuropsicología, mientras llegaba la fecha de la cita, (ya sabemos como es la oportunidad con especialista en Colombia), decidimos que Juan iniciara proceso en Neurovid, cada sesión con cada una de las profesionales tenía su costo, por supuesto, nosotros no gozábamos de gran fortuna, pero los tiempos eran mejores, nuestra economía era estable y Juan lo necesitaba. Resulto que el tono muscular de Juan era bajo, debido a eso le dolía su mano cuando escribía, era necesario corregir postura, inclinación para facilitar la escritura y terapia, también recibió ayuda para manejar su tono de voz, su impulsividad, emociones y socialización, se realizaron las adecuaciones pertinentes en el hogar y se adquirieron los útiles escolares sugeridos, faltaba solo una parte, la educación de Juan, se asomaba un nuevo año escolar, el niño necesitaba ingresar a una institución educativa, una donde pudieran atender a las recomendaciones de las especialistas, esta búsqueda sí que se tornó difícil, cuando dentro de los documentos de un menor de edad se encuentra un diagnóstico especial, los colegios parece que “se reservan el derecho de admisión”, pero esto será tema de otra historia, ahora puedo decirles que no pudimos encontrar mejor lugar que el colegio COREDI, ya estábamos completos desde todos los frentes para apoyar y potenciar a Juan.

En Julio de 2018 Juan tuvo la cita con la neuropsicóloga de la EPS, quien recibió el informe de Neurovid y transcribió algunos apartes que considero importantes, así como algunas recomendaciones para el colegio que intuyo son generales porque aparece el nombre de otro niño dentro de la historia clínica de Juan, le realizo unas preguntas a Juan y ordeno otra cita con ella, así como terapia cognitiva y/o conductual y terapia de integración sensorial, me sentí aliviada, de verdad, sentí que por fin recibiríamos el apoyo de la EPS, porque como padres ya veníamos hablando del tema económico, las sesiones particulares de Juan eran costosas, las pensiones del colegio de los dos niños, sumado a los gastos regulares de una familia de cuatro, en fin, sentimos que este era el mejor camino; en esta IPS, desde el principio nos dejaron claro que la oportunidad de las citas no era favorable, que debíamos tener paciencia, salvo aclarar que esta institución en ese momento prestaba servicios en la ciudad de Medellín para la misma ciudad y los municipios de su alrededor, de hecho, nosotros debíamos viajar desde el municipio donde vivíamos, lo que implicaba casi un día entero, pasaba el tiempo y no lográbamos agenda, al tiempo nos programaron la cita con neuropsicología otra vez, ese día llegamos al centro de salud y nunca nos atendieron, cancelaron la cita, un día de viaje completo, perdido.

Y así termino el año, en el 2019 recibimos una información por parte del colegio de Juan acerca de una Fundación de Rehabilitación Integral en el municipio donde vivíamos que había iniciado convenio con la EPS a la que estábamos afiliados, así que me puse manos a la obra para lograr que Juan recibiera atención allí, tal vez la oportunidad en las citas era más favorable y estaba cerca a la casa, la ruta de acceso aún era confusa para la EPS, tras varios meses de proceso, finalmente en septiembre de 2019 quedo radicado un formulario de solicitud de atención en salud mental con esta Fundación, adicionalmente, necesitábamos que lo viera nuevamente la neuropsicóloga y generara las órdenes ahora para la Fundación, pero desde aquella vez que nos habían cancelado la cita no nos la habían reagendado, tiempo después nos informaron que la cita estaba programada para el 26 de marzo de 2020 y por la situación que ya todos conocemos y vivimos, la cita fue cancelada, durante la pandemia no tuvimos más acceso a servicios de salud especializados para Juan, ni para ninguno en realidad, la prioridad era otra evidentemente.

En agosto de 2021 Juan tuvo cita virtual con la neuropsicóloga, le conté de la solicitud radicada y genero las órdenes para la Fundación, el 15 de octubre de 2021 a las 5:39 pm recibí un correo con la autorización de terapia cognitiva conductual para Juan en la Fundación, ese día viajábamos para radicarnos fuera del país.

Repasando nuestra historia me he cuestionado más que como madre, como profesional, aunque no soy psicóloga o terapeuta, pues mi enfoque ha sido diferente, me sentí muchas veces frustrada al no haber identificado antes que mi hijo es neurodivergente, me consuelo estúpidamente creyendo en que lo viví desde el rol de madre, también me pregunto qué tan preparados están los profesionales de la salud para identificar las neurodivergencias, un niño que transito durante ocho años por los servicios de salud, ante diferentes especialidades y no fue reconocido, ¿qué está pasando con las guías de desarrollo infantil, las estamos dejando de lado, no hay tiempo en consulta para aplicarlas, no les damos el peso que realmente tienen?, o tal vez, si hacemos otro tipo de reflexión podemos pensar en la represión que viven los profesionales frente al uso de los recursos de la salud, el coste de este tipo de evaluaciones ante la manifestación de duda de una madre que percibe algo fuera de lo habitual en su hijo, adicional es algo que está relacionado con la salud mental, lo intangible, lo que no se ve, a lo que nunca se le da mucho valor.

Juan nunca recibió la atención que requería por parte de la EPS, de hecho, nunca validaron su diagnóstico, confiaron en el informe que llevamos, siempre supuse que tal vez había niños y niñas con necesidades más apremiantes que las de Juan, y de alguna manera nosotros estábamos haciendo algo por nuestra cuenta, pero él también es importante, él también contaba y el sistema de salud no nos apoyó ni cuando dependíamos solo de ellos. Quiero recalcar que no escribí esta historia con el fin de victimizarnos, o victimizar a Juan, él es un ser humano con cualidades y debilidades como todos, ve e interpreta la vida diferente como todos, la escribí para mostrar una historia más entre tantas ya conocidas y vividas por muchas familias con integrantes neurodivergentes, con menores de edad que requieren apoyo profesional en su desarrollo, solo quiero sumarme a la voz de las familias que están iniciando este proceso, las que están en plena lucha, las que se sienten solas, a esas familias quiero comunicarles que también nos pasó, que los entendemos, que no se rindan, que lo están haciendo bien, que guíen con amor, que acompañen con amor.